Un devastador terremoto de magnitud 7.7 sacudió Myanmar el viernes, causando la muerte de más de mil personas y dejando a miles de heridos. El sismo, uno de los más fuertes registrados en el país en el último siglo, afectó gravemente a infraestructuras esenciales, provocando el cierre de aeropuertos, la destrucción de puentes y la interrupción de carreteras. Las regiones de Sagaing, Mandalay y Naipidó fueron las más afectadas, con la población permaneciendo en las calles por temor a réplicas.
En Mandalay, la segunda ciudad más grande de Myanmar y cercana al epicentro, los residentes se enfrentan a la devastación de edificios colapsados y servicios básicos interrumpidos. A pesar de la falta de recursos y maquinaria pesada, los sobrevivientes han iniciado labores de rescate por cuenta propia, buscando entre los escombros a posibles sobrevivientes. Las comunicaciones y el suministro energético están interrumpidos en varias áreas, complicando aún más las tareas de rescate y asistencia.
El gobierno militar de Myanmar ha declarado el estado de emergencia en seis regiones y ha realizado un llamado inusual a la comunidad internacional para recibir ayuda humanitaria. Organizaciones como la Cruz Roja y el Comité Internacional de Rescate están movilizando esfuerzos para brindar asistencia a las comunidades afectadas. Sin embargo, la situación se ve agravada por el conflicto interno y la inestabilidad política que atraviesa el país, lo que dificulta las operaciones de socorro y la distribución de ayuda.